miércoles, 2 de octubre de 2013

Reflexiones




Hace poco descubrí que, en algunos ambientes, se considera casi una ofensa pronunciar la palabra “viejo”, porque la equiparan a caduco, decrépito e inútil, y ninguna “persona mayor” debe sentirse así. Yo siempre la asocié con benevolencia, serenidad y esa inteligencia natural que proporcionan las experiencias acumuladas a lo largo de los años.







Para mí, hasta ahora, la palabra viejo dicha a un anciano, era casi una caricia verbal, como el arrullo a un bebé. Llevaba en sí misma tanta carga afectiva, la decía con tanto amor, y acompañada de una sonrisa tierna, que creo que nadie se pudo sentir menospreciado al oírla de mis labios.
Ya no podría usarla con la misma naturalidad, y tengo la impresión de que me han robado una palabra hermosa. De cualquier modo, espero que me llamen “vieja” con el mismo cariño con el que yo se lo llamé a otras. 

(Ángela Bárez de Mingo)


4 comentarios:

  1. Preciosa reflexión, no son las palabras las que hacen daño sino el modo de decirlas.

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  2. Gracias por expresar tan clara y honesta forma lo que sentimos pensando ...

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  3. Un artículo muy oportuno, Ángela, y con el que estoy plenamente de acuerdo. Hace años tuve que hacer un trabajo sobre la vejez y lo primero que hice fue acudir a un diccionario de sinónimos y buscar "viejo". Venían palabras como las que tú citas, y otras: fósil, trasnochado, rancio,..... bueno, como para echar a correr. Yo también pienso que le vejez es una etapa más de la vida, preciosa, con muchas posibilidades, y todos deberíamos huir de eufemismos ridículos como "tercera edad", o "edad dorada" y reivindicar para nosotros esa palabra tan sugerente: "viejo". Eso sí, claro, dicha con cariño y desde el respeto más absoluto. Saludos afectuosos.

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  4. Que bueno era acabar nuestra ultima etapa de vida acompañados de nuestra familia.

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